Son pasadas las siete de la tarde y vuelvo a la oficina, he estado en un centro de negocios con un cliente ayudándole con el software que fabrica la empresa para la que trabajo. Cuando llego la conserje del edificio, una mujer de unos cincuenta años, Moldava, me sale al paso, preocupada: su portátil no conecta a Internet.
Le digo que no hay problema, que yo la ayudo (y cruzo los dedos para que sea algo al alcance de mis conocimientos), miro el equipo y veo que un software malicioso le ha modificado los Proxys, de modo que no tiene acceso a Internet, le indico a Windows que elimine los cambios y deje esos parámetros de conexión como recién salidos de fábrica y el equipo ya puede conectarse.
Casi incrédula la buena mujer comprueba varias veces que, de verdad, ya tiene acceso a Internet, cuando se da cuenta de que todo funciona se vuelve a mí y me da un sentido abrazo y un beso. Descolocado por la espontaneidad de la habitualmente distante conserje, le digo que no ha sido molestia, y que era sencillo.
Hoy, cuando llego a la oficina después de visitar a un cliente en Las Rozas me encuentro esto:
Un regalito de la agradecida señora. Por la tarde me acerco a ella y le doy las gracias por la botella de Cava (yo no bebo, pero seguro que mi mujer y yo la podemos usar para guisar) y los chocolates:
-En mi casa sólo tengo el portátil, nada más, si no me funciona Internet no tengo nada que hacer- me dice, de alguna manera justificando su agradecimiento.
Y entiendo. Cómo no voy a entenderlo. A la gente no le interesa la TV, ¿a quien le interesa teniendo Internet?, y más si encima tu lengua no es el español. Internet son noticias, correo, video llamadas, vídeos, series, todo lo que te interesa, sin la invasiva publicidad que emponzoña todo. Ahora lo entiendo, entiendo el drama de quedarse sin Internet.