25/8/10

Visita al Cabo de Gata

Aprovechando la visita al parque natural de Cabo de Gata he hecho un pequeño vídeo para ir practicando con el iMovie, se nota que soy un principiante ¿verdad?, aunque también se nota que con los asistentes y demás chismes precocinados queda una cosa resultona.

La educación en España: casos reales

Leyendo los tweets de amigos que viajan por el extranjero me alegra ver que no soy el único que ha llegado a la misma conclusión: en este país de educación andamos cortitos. Siempre hay excepciones, pero damos la nota, hablamos a voces, nos colamos, no respetamos el descanso de los demás, y creemos que somos el centro de nuestro pequeño universo.

Caso 1: una fila en UK. El verano pasado estuve unos días en Gales con mi mujer, esperando el autobús para visitar una conocida isla de Barry resulta que éramos los primeros de la cola, con una señora mayor detrás. Cuando llega el autobús con un "after you ma´am" le cedo el primer puesto a la señora mayor. Pero algo falla, parece que la señora no me entiende, me mira confusa, ¿se trata quizás de mi pésimo acento?, puede ser, pero en este caso no es, la señora me dice con total claridad: "no.... pero.... usted va antes".

Y yo me quedo reflexionando, estos galeses lo tienen claro, cuando haces cola tu sitio es sagrado. El Universo me sonríe, la hierba es verde y las chicas son guapas (gracias, Gun´s and Roses).

Caso 2: españolitos en el aeropuerto de Birmingham. Volvemos a Spain, ¡España!, qué bonita, con su luz, su alegría y.... sus gentes. Estamos en fila para entrar, detrás mía una adorable pareja de ancianitos, spanish people like me. Sólo que en España LOS VIEJOS SON UNOS PROFESIONALES A LA HORA DE COLARSE, qué digo profesionales, ¡ellos lo inventaron!. Y los tíos, a lo tonto, van colándose, sólo que yo también soy español y cierro filas, a la vez que les lanzo una mirada de "te he calado abuelo". Pero no pasa nada, son insistentes y consiguen colarse con otros. El Universo es un lugar cruel y oscuro, lleno de caos y lavabos de gasolineras sucios.

Alguno dira: oye, pues si tanto te gusta aquello lárgate. No, no es ese el tema, el tema es que me gustaría que aquí fuéramos un poco más civilizados. El tema es que conforme me hago viejo me molestan cada vez más esas cosas.

Caso 3: el comedor del hotel. Ocurrió hoy. Aunque estamos de vacaciones mi santa esposa y yo seguimos un horario un poco raro (huyendo de las horas de más sol nos levantamos a las 7.30, comemos a las 13 horas y echamos una siesta veraniega en condiciones, para volver a bajar a la playa/piscina a las 17:30), hoy... hemos comido un poco más tarde.

El comedor del hotel comienza a llenarse de gente, y cuando estamos por el postre ya no queda una mesa libre. Así que una señora de cerca de sesenta años se planta delante de nosotros con las manos apoyadas en la silla que hay frente a mí, en mi mesa. Está esperando que nos vayamos para sentarse, pero con tal descaro que no doy crédito. Como mis padres me educaron bien, reprimo todas las cosas que se me pasan por la cabeza y sonrío. Así que la miro fijamente, ¡pero fijamente!. Le lanzo mi mirada Jedi más intensa, la señora me mira incómoda y le sonrío. Pero no surte efecto. La señora sigue plantada delante mía y le comenta a su hija que hay que ver, que no hay sitio, etc....

Mi mujer está aún más perpleja que yo, es una muchacha muy educadita y no se cree lo que está pasando. Así que Converso, que es un admirador de Gandhi opta por una solución no violenta, aunque había terminado de comer por mis santas narices voy a por otros plato de postre, busco una tajada de melón y una ciruela que me voy a comer lentamente y sin dejar de mirar a la señora. Si tardo dos días en comerme el melón juro por el osito bimbo que no me moveré.

Y ahora viene lo peor. Cuando me levantó a por un segundo plato de postre, la señora se acerca a mi mujer y le dice.

-¿Os vais ya?, ¿él ha terminado?, ¿sí?, pues si sólo te queda eso cuando termines te vas, ¿verdad?.

La hija de la señora está abochornada y mi mujer no se cree lo que está pasando. Yo llego con el melón y la ciruela y empiezo a comer con calma, mi mujer está sonriendo, quiere decirme lo que la mujer le ha dicho, pero la señora está tan cerca de nosotros que oye todo lo que decimos. Yo empiezo a comer el melón muuuuy lentaaaameeenteeeee. Pero la teoría de Gandhi no funciona y la señora encuentra otra mesa libre.

Y mi úlcera crece, lentamente, así como el lado oscuro de la fuerza en mí. Ese día, en un pequeño poblado de Nepal, un pequeño gatito muere a consecuencia de esta infamia.